Francisco Marín
Proceso
Todo estaba dispuestopara que el poeta y premio Nobel de Literatura Pablo Neruda se exiliara enMéxico. Había viajado de su casa en Isla Negra a Santiago de Chile y un aviónenviado por el gobierno mexicano estaba listo para recogerlo. Sin embargo, tuvoque ser internado en la clínica Santa María. Avisó por teléfono a su mujer,Matilde Urrutia, y a su asistente Manuel Araya que un médico le había puestouna inyección en el estómago. Unas horas después murió. Araya –quien estuvo allado del poeta en sus últimos días– cuenta a Proceso un secreto que lo ahoga:el poeta “fue asesinado”.
El poeta chileno PabloNeruda “supo a las cuatro de la madrugada (del 11 de septiembre de 1973) quehabía un golpe de Estado. Se enteró a través de una radio argentina que captabapor onda corta. Ésta informaba que la marina se había sublevado en Valparaíso.
“Trató de comunicarse aSantiago, pero fue imposible. El teléfono estaba fuera de servicio. Recién comoa las nueve de la mañana confirmamos que el golpe se había concretado. (…) Ese11 de septiembre fue un día caótico y amargo porque no sabíamos qué iba a pasarcon Chile y con nosotros.”
Manuel Araya Osorio hablade Neruda con la familiaridad de quien ha compartido momentos cruciales con unpersonaje histórico. Y sí. Fue asistente del poeta desde noviembre de 1972–cuando regresó de Francia– hasta su muerte el 23 de septiembre de 1973.
El corresponsal se reuniócon este personaje el pasado 24 de abril en el puerto de San Antonio. Laentrevista se llevó a cabo en la casa del dirigente de los pescadoresartesanales chilenos Cosme Caracciolo, a quien Araya le pidió ayuda paradevelar un secreto que lo ahogaba: “Lo único que quiero antes de morir es queel mundo sepa la verdad, que Pablo Neruda fue asesinado”, asegura a Proceso.
Sólo el diario El Líder,de San Antonio, dio cuenta parcial de su versión el 26 de junio de 2004. Perono trascendió por la poca influencia de este medio.
Araya afirma que siempreha querido que se haga justicia. Cuenta que el 1 de mayo de 1974 le propuso aMatilde Urrutia, viuda de Neruda, aclarar esa muerte. Ambos fueron testigos desus últimas horas: durmieron, comieron y convivieron en la misma habitación apartir del golpe del 11 de septiembre de 1973 y hasta la muerte del poeta, 12días después, en la clínica Santa María de Santiago.
Pero Araya afirma queMatilde –quien murió en enero de 1985– no quiso tomar acción alguna para fincareventuales responsabilidades. Según él, Urrutia le dijo: “Si inicio un juiciome van a quitar todos los bienes”. Araya cuenta que en otra ocasión tuvieronuna discusión que marcó un quiebre final en su relación con la viuda. “Me dijoque lo que había pasado era cosa de ella y no mía, porque yo ya había terminadode laborar con Pablo, ya no era trabajador y no teníamos nada que ver”.
“Neruda quería que cuandomuriera, la casa de Isla Negra quedara para los mineros del carbón (…) Pero lafundación (Pablo Neruda) se apropió de su obra y no ha concretado ninguno desus sueños. A ellos (los directivos de la fundación) sólo les interesa eldinero”, espeta.
Afirma que hace dos añosle entregó a Jaime Pinos, entonces director de la Casa Museo de Isla Negra, dela fundación, un relato sobre los últimos días del poeta. “Pero no han hechonada con esa información, ni siquiera la han dado a conocer. No quieren que laverdad se sepa (…) Nunca me han dado la palabra en los actos que organizan nisiquiera en las conmemoraciones de su muerte”.
Araya proviene de unafamilia de campesinos de la hacienda La Marquesa, cerca de San Antonio. Cuandotenía 14 años fue acogido en Santiago por la dirigente comunista JulietaCampusano, quien le dio trato de ahijado.
Este vínculo le ayudó,pues Campusano llegó a ser senadora y la mujer más influyente del PartidoComunista, y gestionó que Araya recibiera una preparación especial en seguridade inteligencia, entre otras materias. Araya escaló rápido. Fue mensajeropersonal de Allende antes de fungir como principal asistente de Neruda.
Araya, quien hacía dechofer, mensajero y encargado de seguridad de Neruda, acepta que el autor deCanto general tenía cáncer de próstata, pero no cree que esa enfermedad lo matara.Asegura que dicho padecimiento “estaba controlado” y que Neruda “gozaba debuena salud, con los achaques propios de una persona de 69 años”.
“Abandonados”
Araya dice que despuésdel golpe del 11 de septiembre, Neruda, su mujer y el resto de los habitantesde la casa de Isla Negra quedaron “solos y abandonados”. El contacto con elmundo exterior se reducía a las noticias que les llegaban a través de unapequeña radio que Neruda sintonizaba, a las esporádicas conversacionestelefónicas de un aparato que sólo recibía llamadas y a lo que les contaban enla hostería Santa Elena, cuya dueña “era de derecha y sabía todo lo quepasaba”.
Cuenta que el 12 deseptiembre llegó un jeep con cuatro militares. “Todos llevaban los rostrospintados de negro. Yo salí a recibirlos. (...) El oficial me preguntó quiénesestaban en la casa. Le tuve que decir que en ese momento estaban Cristina, lacocinera; la hermana de ésta, Ruth; Patricio, que era jardinero y mozo; Laurita(Reyes, hermana de Neruda); la señora Matilde, Pablito (Neruda) y yo.
“El oficial nos señalóque en el domicilio no podía quedar nadie más que Neruda, Matilde y yo.Entonces tuvimos que arreglárnoslas entre los tres: dormíamos en la recámaramatrimonial que estaba en el segundo piso. Yo dormía sentado en una silla,arropado con un chal. Lo hacía para estar más cerca de Neruda, porque nosabíamos lo que nos iba a pasar.”
El 13 de septiembre,cerca de las 10 de la mañana, los militares allanaron la casa. Araya dice queeran como 40 soldados que venían en tres camiones. Iban armados conmetralletas, con las caras pintadas de negro y uniforme de camuflaje. Vestidosy pertrechados “como si fueran a la guerra”.
Recuerda: “Entraban portodos lados: por la playa, por los costados (…) Salí al patio para preguntarqué querían. Hablé con el oficial que daba las órdenes. Me dijo que abrieratodas las puertas. Mientras revisaban, destruían y robaban, los militarespreguntaban si había armamento, si teníamos gente escondida adentro, siocultábamos a líderes del Partido Comunista (…) Pero no encontraron nada. Sefueron callados. No pidieron ni perdón. Se sentían dueños y señores delsistema. Tenían el poder en las manos”.
Añade que como a las tresde la tarde, poco después de que se habían ido los soldados, llegaron marinos.“Estuvieron más de dos horas. También allanaron la casa y robaron cosas.Registraban con detectores de metales. (...) La señora Matilde me contó que elmandamás de los marinos entró al dormitorio de Neruda y le dijo: ‘Perdón, señorNeruda’. Y se fue”.
Araya recuerda quedurante varios días la marina puso un buque de guerra frente a la casa delpoeta. “Neruda decía: ‘Nos van a matar, nos van a volar’. Y yo le decía: ‘Sinos tenemos que morir, yo voy a morir en la ventana primero que usted’. Lo hacíapara darle valor, para que se sintiera acompañado. Entonces le dijo a la señoraMatilde: ‘Patoja –que así la nombraba–: mire el compañero, no nos va aabandonar, se va a quedar aquí’”.
Araya cuenta queconversaciones de ese tipo tenían lugar en la pieza del matrimonio: ellosacostados y él sentado a los pies de la cama. “Nos preguntábamos que haríamosnosotros solos. Pensábamos que a Neruda lo iban a asesinar. Entonces,resolvimos que la única opción era salir del país”.
El viaje
Araya narra que Neruda ledijo que su plan era instalarse en México y una vez en ese país pedir “a losintelectuales y a los gobiernos del mundo entero ayuda para derrocar a latiranía y reconstruir la democracia en Chile”.
Rememora: “Desde lahostería Santa Elena –a menos de 100 metros de la casa de Isla Negra– noscomunicamos con las embajadas de Francia y México. La de México se portó unsiete (nota máxima en el sistema educativo chileno). El embajador (GonzaloMartínez Corbalá) se movilizó para ayudarnos. Creo que el 17 de septiembre nosllamó para decirnos que se había conseguido una habitación en la clínica SantaMaría. Allí deberíamos esperar la llegada de un avión ofrecido por elpresidente Luis Echeverría”.
El problema era trasladaral poeta a la clínica. “Con Neruda y Matilde pensamos que la mejor y más seguramanera de llegar hasta allá era en una ambulancia. Mi misión era conseguirla.Viajé a Santiago en nuestro Fiat 125 blanco y pude arrendar una ambulancia.(...) Recuerdo que ofrecí como seis veces más de lo que me cobraban paraasegurar que efectivamente fueran a buscarnos. Acordamos que fueran el 19,porque ese día la clínica tendría todo dispuesto para recibir a Pablito.
“Llega el 19 ysolicitamos a Tejas Verdes (el regimiento militar de la provincia de San Antonio)permiso para trasladar a Neruda. Me dijeron: ‘No estamos dando salvoconductos,menos a Neruda’. A pesar de la negativa decidimos partir. La ambulancia entróhasta la puerta que daba a la escalera de su dormitorio. (...) Al salir sedespidió de su perrita Panda, se subió a la ambulancia y se acostó en lacamilla. Neruda y Matilde se fueron en la ambulancia. Yo los seguí muy de cercaen el Fiat.”
“El viaje fue triste,caótico y terrible. Nos controlaban cada cuatro o cinco kilómetros, parecíaimposible llegar a nuestro destino. Imagínese que salimos a las 12:30 yllegamos a las 18:30 a la clínica (distante poco más de 100 kilómetros de IslaNegra).
“En Melipilla fue elcontrol más maldito. Allí Neruda vivió el momento más terrible. (...) Losmilitares lo bajaron de la ambulancia y le registraron el cuerpo y la ropa.Decían que buscaban armas. Él pedía clemencia, decía que era un poeta, unpremio Nobel, que había dado todo por su país y que merecía respeto. Paraablandar sus corazones les decía que iba muy enfermo, pero las humillacionescontinuaban. En un momento lloramos los tres tomados de la mano porque creíamosque así iba a ser nuestro fin.”
Finalmente la ambulanciallegó a la clínica tres horas más tarde de lo acordado. “Como llegamos muycerca de la hora del toque de queda, no pudimos hacer nada más que quedarnostodos en la clínica a dormir (…)
“El embajador MartínezCorbalá fue a vernos al día siguiente. Y también el francés, que nunca supecómo se llamaba. También recibimos la visita de Radomiro Tomic y Máximo Pacheco(dirigentes democratacristianos), de un diplomático sueco, y de nadie más.”
La inyección misteriosa
Araya dice que losprimeros días en la clínica transcurrieron sin sobresaltos. El 22 deseptiembre, la embajada de México avisó que el avión dispuesto por su gobiernotenía programado salir de Santiago rumbo a México el 24 de septiembre. Lecomunicó además que el régimen militar había autorizado su salida.
“Entonces Neruda nospidió a mí y a Matilde que viajáramos a Isla Negra a buscar sus cosas másimportantes, entre éstas sus memorias inconclusas. Creo que eran Confieso quehe vivido. Al día siguiente –23 de septiembre- partimos temprano hacia la casade Isla Negra. (...) Dejamos a Neruda muy bien en la clínica, acompañado por suhermana Laurita, que llegó ese día a acompañarlo.”
Asegura que Neruda estaba“en excelente estado, tomando todos sus medicamentos. Todos eran pastillas, nohabía inyecciones. Nosotros nos preocupamos de recoger todo lo que nos indicó.Estábamos en eso cuando Neruda nos llamó como a las cuatro de la tarde a lahostería Santa Elena, donde le dieron el recado a Matilde, quien devolvió lallamada. Neruda le dijo: ‘Vénganse rápido, porque estando durmiendo entró undoctor y me colocó una inyección’.
“Cuando llegamos a laclínica, Neruda estaba muy afiebrado y rojizo. Dijo que lo habían pinchado enla guata (el estómago) y que ignoraba lo que le habían inyectado. Entonces levemos la guata y tenía un manchón rojo.”
Araya recuerda quemomentos después, cuando se estaba lavando la cara en el baño, entro un médicoque le dijo: “Tiene que ir a comprarle urgente a don Pablo un remedio que noestá en la clínica”.
Fue a comprar elmedicamento y Neruda se quedó con Matilde y Laurita. “En el trayecto mesiguieron sin que yo me diera cuenta. El médico antes me había dicho que elmedicamento no se encontraba en el centro de Santiago, sino en una farmacia dela calle Vivaceta o Independencia. Cuando salí por Balmaceda para entrar aVivaceta aparecieron dos autos, uno por detrás y otro por delante. Se bajaronunos hombres y me pegaron puñetazos y patadas. No supe quiénes eran. Mecachetearon harto y luego me pegaron un balazo en una pierna.
“Después de todo lo queme pegaron terminé muy mal herido en la comisaría Carrión, que está porVivaceta con Santa María. Luego me trasladaron al estadio Nacional donde sufríseveras torturas que me dejaron a un paso de la muerte. El cardenal Raúl SilvaHenríquez logró sacarme de ese infierno. Por eso estoy vivo.”
Neruda murió a las 22:00horas en su habitación –la número 406– de la clínica Santa María.
Consultado por Proceso,el director de archivos de la Fundación Neruda, Darío Oses, dio a conocer laposición de esta institución respecto de la muerte del poeta:
“No hay una versión oficialque maneje la fundación. Ésta se atiene a los testimonios de personas cercanasa Neruda en el momento de su muerte y de biógrafos que manejaron fuentesconfiables. Hay bastantes coincidencias entre las versiones de Matilde Urrutiaen su libro Mi vida junto a Pablo, la de Jorge Edwards en Adiós poeta y la deVolodia Teitelboim en su biografía Neruda. La causa de muerte fue el cáncer.Uno de los médicos que lo trataba, al parecer el doctor Vargas Salazar, lehabía advertido a Matilde que la agitación que le producía al poeta elenterarse de lo que estaba ocurriendo en Chile en ese momento podía agravar suestado. A esta situación también contribuyeron el allanamiento de su casa (...)y el traslado en ambulancia (...) con controles y revisiones militares en elcamino.”
Pero Manuel Araya dice notener duda alguna: “Neruda fue asesinado”. Y sostiene que la orden vino deAugusto Pinochet: “¿De qué otra parte iba a salir?”.
Consejos para Allende
Francisco Marín
VALPARAÍSO, CHILE.- Elpresidente chileno Salvador Allende era el visitante más asiduo de Pablo Nerudaen su casa de Isla Negra. “Cuando iba, Allende siempre le pedía consejos alpoeta porque éste era muy sabio en política”, sostiene Manuel Araya Osorio,exasistente personal de Neruda.
Recuerda, por ejemplo,los consejos que Neruda le dio a Allende sobre las fuerzas armadas en lassemanas previas al cuartelazo, cuando el 23 de agosto de 1973 la derecha y losmilitares golpistas forzaron la renuncia del general Carlos Prats González,comandante en jefe del ejército.
“Tenemos que descabezar alas fuerzas armadas... Los de nosotros hacia acá y los otros hacia un lado”, ledecía Neruda al presidente.
Araya lamenta que ElChicho (Allende) no le hiciera caso al poeta en este tema. “Si lo hubierahecho, la historia habría sido bien diferente. Otro gallo hubiera cantado,todavía estaríamos en el poder”, dice convencido.
Y cuenta que el 10 deseptiembre de 1973 –un día antes del golpe militar– Neruda le pidió que viajaraa Santiago para entregarle un mensaje al presidente Allende. Se trataba de unainvitación a la inauguración de Cantalao, el refugio para la inspiración y eldescanso de los poetas, que sería precisamente el 11 de septiembre.
En entrevista conProceso, Mario Casasús, estudioso de la vida de Neruda y corresponsal en Méxicode El Clarín de Chile, dice que Neruda había escrito losestatutos de la fundación Cantalao. A ésta traspasaría los terrenos de la casade los poetas del mismo nombre, que están muy cerca de su casa de Isla Negra.
Araya afirma que Allendelo recibió en su despacho. “Estaba caminando, parecía nervioso. Leyó la nota deNeruda e inmediatamente redactó una respuesta. Sin leerla me la guardé en unbolsillo. (...) No tengo idea lo que decía ese mensaje, pero el presidente medijo: ‘Dígale al compañero (Neruda) que mañana yo voy a ir a la UniversidadTécnica (donde anunciaría la realización de un plebiscito) y que posiblementehaya ruidos de sables este 11 de septiembre’”.
Dice que Neruda, alconocer el mensaje, se quedó muy preocupado porque entendía el curso queestaban tomando los acontecimientos. “Esa noche casi no durmió”.
Ese 11 de septiembre“nosotros quedamos completamente abandonados y solos” afirma Araya. “La muertedel presidente Salvador Allende afectó mucho a don Pablo. Sin embargo él sesentía con la fuerza y entereza necesaria para seguir luchando por lo que creíajusto”.
“Las noticias emitidaspor los medios de comunicación nacionales eran manipuladas por el régimenmilitar. Sabíamos que eran falsas, que todo era mentira.”
Araya narra que Neruda sedeprimió mucho. Él le pidió que no se pusiera triste. “Le dije que losmilitares en un mes le iban a entregar el poder a la Democracia Cristiana”.
Neruda le replicó: “Nocompañero, esto va a durar muchos años, como ocurrió en España. Yo conozco lahistoria, usted no sabe de golpes de Estado”.
* El autor escorresponsal en Chile del semanario mexicano Proceso,reportaje publicado en la edición número 1081 del 8 de mayo de 2011. Sereproduce en Clarín.clcon autorización del autor.
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